Como primera entrada de este blog, y estableciendo una relación con el propio nombre del blog, me gustaría escribir sobre el mobiliario que encontramos en las aulas.
Si ahora nos dicen que nos imaginemos una clase seguramente, por defecto, a la mayoría nos vendrá a la mente un aula llena de pupitres con sus respectivas sillas y luego frente a éstas, una mesa más grande, con una silla más grande, y una pizarra detrás.
Podemos ver cómo esta imagen siguió intacta durante décadas, siendo pocas las instituciones educativas las que invertían en cambiar esta imagen, en repensar desde una manera crítica este mobiliario pedagógico.
No es una casualidad el añadir el adjetivo “pedagógico” al sustantivo mobiliario, ni lo añado simplemente por estar dentro de una entidad educativa; se agreda el calificativo “pedagógico” porque creo que la relación entre el mobiliario del aula y el aprendizaje del alumnado tiene más importancia de la que le damos.
En primer lugar, la posición tradicional de estas mesas y sillas ya nos dejan clara una cosa, la autoridad del profesor o profesora, el cual tiene una mesa y una silla no solo más grandes que sus alumnos, sino que también se trata de una silla más cómoda, es decir, dando más importancia a la figura del profesor que a la del alumno. Por otro lado, el estar situado frente a frente con los alumnos, denota e identifica al profesor como una figura de vigilante sobre ellos, e incluso, a veces, están situados sobre una tarima (por ejemplo en la mayoría de las aulas universitarias), haciendo hincapié en su posición de autoridad.
En tiempos donde el discurso pedagógico está cambiando y se está guiando la educación hacia escuelas e instituciones donde el protagonista sea el alumno, en las cuales se fomente la participación y la disolución del rol autoritario del profesor, es incomprensible no repensar en la composición de las aulas que habitan los procesos educativos.
Las comunidades escolares, es decir, no solo el claustro de profesores y dirección, sino también teniendo en cuenta a los alumnos, deberían repensar cómo poder comenzar a traspasar ese discurso, que está en expansión, a las aulas, para así hacerlo visible. Es decir, pasar de lo teórico a lo práctico, del discurso, a la acción.
A primera vista puede parecer algo difícil de cambiar, no solo por el hecho de encontrar una buena disposición del mobiliario en el aula, sino por el hecho de que no es posible (o es muy utópico) cambiar un aula de manera total. Pero lo que yo propongo es hacerlo a partir de pequeños cambios.
Un buen ejemplo es el propuesto por Alejandra Aguilera, dueña de La tapicería (Madrid), la cual propone distintas técnicas para repensar el mobiliario a través de la utilización de telas, espumas y mucha creatividad, donde los alumnos adapten el mobiliario del que disponen a un mobiliario más propio, más identitario y menos impersonal.
Estos pequeños cambios pueden derivar en cambios mayores, donde las escuelas lleven a cabo una transformación más radical de los espacios, donde la tecnología tenga más peso en las aulas, la distribución del mobiliario fomente más la participación y donde la comodidad física de los alumnos no sea un punto olvidado, ya que es donde pasan la mayor parte del día.
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